Josep Rull cumple mañana cincuenta años y recibirá en Terrassa, el homenaje de amigos, conocidos y de compañeros de militancia y de viaje en un procés de camino incierto. El acto, que se llevará a cabo en la plaça Vella, será sin duda emotivo y también reivindicativo, lógicamente, ante un proceso judicial inminente después de una larga y polémica prisión provisional, y jurídica y políticamente controvertida para él y el resto de miembros del Govern de la Generalitat, la presidenta del Parlament y los responsables de Omnium y ANC.
El homenaje al ex conseller Rull llega de forma coincidente en el momento de mayor conflicto en torno a la campaña de los lazos amarillos, que se inició como protesta por el encarcelamiento de los políticos catalanes y lleva camino de convertirse en el detonante de la mayor fractura social que se ha vivido en Catalunya en la historia reciente.
Terrassa no está siendo ajena a la problemática que se ha generado desde hace algunos meses. Poco antes del verano una persona se dedicó a retirar lazos y cruces que se instalaron en el centro de la ciudad. Esta misma semana, sin ir más lejos han aparecido pintadas con esvásticas nazis en viviendas que lucían lazos y pancartas de apoyo a los políticos catalanes presos. Estamos ante un problema de extraordinaria gravedad. Los lazos amarillos son un ejercicio incuestionable de libertad. El debate está en si este ejercicio debe ser ilimitado; si cuando nos referimos él como una acción invasiva, cuándo adquiere esa condición; si la retirada de los lazos es asimismo un ejercicio de libertad de expresión y cuál debe ser su límite, si es que debe tenerlo, y en qué momento se considera que es una acción arrogante y agresiva. Pero empezamos a estar mucho más allá del debate, es decir de los límites que situarían la polémica dentro del terreno de la controversia razonada y razonable.
El problema es que algunos partidos como Ciudadanos y Partido Popular, que comparten electorado, buscan el refuerzo y la reafirmación de sus posiciones al amparo de los lazos y contribuyen a crear un escenario de confrontación cuando lo más recomendable sería bajar la temperatura. El otoño se presume caliente y no se ve ni en un bando ni en otro voluntad por rebajar el tono. Toda acción tiene una consecuencia y quizás deberíamos reflexionar todos sobre ello. La cuestión ultrapasa la lid política y se ha convertido ya en un problema de índole social que puede convertirse en incontrolable. No vale la pena recordar, o quizás sí, los episodios de la Ciutadella, el que se produjo ayer en Blanes o los que se han producido en tantos otros municipios, también en Terrassa.
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