Miguel Pérez: "Estoy bien en l'Andana pero no quiero apalancarme"

Miguel Pérez Hernández pernocta en l'Andana desde octubre pasado, cuando el vértigo de la vida lo condujo a buscar refugio porque no lo tenía, porque la cosa se complicó, porque a los problemas económicos derivados del cierre forzoso de su empresa textil se sumaron los que nacieron de desavenencias familiares, y todo fue una bola de obstáculos cada vez más oronda. Un no parar de dificultades. Problemas con familiares, problemas con la aceptación en su entorno de su condición sexual, primero soterrada durante largos años, luego confesada. Dio tumbos en busca de trabajo, trabajó, se separó, se le acabó el curro, se le acabaron las ayudas. Una decena de años de sinsabores. "No tenía donde dormir y unos amigos me informaron de l'Andana. Acudí a una asistenta social y aquí estoy", cuenta.

Miguel Pérez nació en Granada, pero con 14 meses de vida ya vivía en Terrassa, en el barrio de Sant Llorenç. Tiene 57 años y asegura que no llegó al albergue de Creu Roja para quedarse mucho tiempo. Nada de eso, no quiere echar raíces, sino salvar un bache provisional y tratar de alzar el vuelo de nuevo: "He empezado a cobrar la Pirmi y quiero marcharme, pero no porque esté mal. Eso no. Los voluntarios y los monitores son excelentes personas. ¡Y hay usuarios que los critican! ¿Pero no ves que te están ayudando? Tenemos merienda, cena, cama, ducha, ropa…".

Fue camarero, tuvo un bar, fue serrador, se empleó en tareas de limpieza y de peón de la construcción. "Estoy bien en l'Andana, pero no quiero apalancarme", suelta, "pero hay gente a la que sí le gusta acomodarse, que se ha buscado su situación, que no quiere dar un palo al agua".

"A mí me ha jodido la mala suerte", asegura. "No bebo, no he tenido vicios, de verdad. De cuatro hermanos, ninguno los tuvo", asevera, y fija la mirada infinita en la pared que, dice, le separa de su familia. "Me carcome no conocer a mi nieto", lamenta.