Pecados

Publicat el 21 d’abril de 2017 a les 22:30
Con las piernas recién depiladas, la caricia fría y artificial de la licra es aún más intensa. Pasando suavemente las manos, ajusta el tejido a sus muslos firmes y, en un disimulado gesto, intenta enmascarar su virilidad bajo la malla. Observa tímidamente como a su alrededor varios individuos, aparentemente ajenos a él y distraídos en un éxtasis colectivo, intercambian bravatas, gritos e historias baratas, con la mirada inflamada y el rostro encendido. Se sumerge en ese irreductible orgullo que los gobierna, al tiempo que piensa que nadie como él sabe lo vulnerables que son.

Aparta sus ojos del grupo de hombres para contemplarse en el espejo. Aunque le encanta el color rojo y la manera en que resalta su esbelto contorno, no puede evitar el bochorno y la culpa que esos devaneos le causan. Sobre el púlpito y con el alzacuello puesto es fácil hablar de la fuerza de la fe y de la pureza del alma. Sin embargo, el espejo le devuelve la imagen de un ser débil.

Dios sabe mejor que él las veces que ha intentado dar fin a esa doble vida y tiene una lista con mil mentiras improvisadas para faltar a sus obligaciones. Llegado el momento, deberán ajustar cuentas. Podría echar las culpas a su juventud, a un exceso de energía capaz de hacerle estallar la piel. Pero ese pretexto no sirve. Son muchos años sin poder reprimir sus impulsos y, quizás, ya no es tan joven.

Su excitación va en aumento. Siente que el ritmo del corazón se dispara. Es la hora. Empieza a caminar, al principio con la mirada clavada en el suelo. Se moriría de vergüenza si algún fiel lo reconociese. "Tranquilo… Nadie recorre cincuenta kilómetros para venir a esto" Levanta la cabeza. Escucha la música en la sala de al lado. Pasa por delante de seis o siete hombres medio desnudos que miran pero no dicen nada. Acelera el paso y sale del vestuario. Si se queda sin bici, no podrá esperar a la siguiente clase. A las ocho oficia una Misa.